martes, enero 18, 2005

Lapsus I

Hoy me he encontrado con el Perro Moteado, que me ha dicho “-Todo el mundo cambia”. Me ha sorprendido, porque él sólo habla con los niños y los ancianos, y yo nunca he sido lo uno y nunca seré lo otro. “-Te equivocas”, le he contestado yo, convencida de que debía aprovechar la ocasión para refutarle cualquier verdad absoluta, o bien para preguntarle algo que realmente me interese. “-Sólo han pasado años desde la última vez que te vi, y sin embargo has envejecido siglos”. Su tono no pretendía ser ofensivo, pero me ha parecido muy inapropiado que hiciera referencia a mi edad. No es que me acoja al tópico femenino, pero ha sido algo así como si hubiera criticado mi aspecto. “-Sigo siendo la misma persona”, he insistido yo. “-Ahora eres más personas diferentes”. “-No creas… son las mismas; el cambio es sólo una ficción con la que intentas justificar el paso del tiempo”, contesté, mirando a ambos lados de la calle. Empezaba a aburrirme y no tenía ganas de prolongar aquella conversación ni de ilustrar al supuesto sabio. Como los Perros Parlantes siempre han sido considerados los tipos de seres más ilustrados del planeta, justo al contrario que sus parientes los Gatos Sonrientes, digo yo que éste, ya que se ha dignado dirigirme la palabra, debería aportarme algo de conocimiento aprovechable. Y justo cuando iba a hacerle la pregunta que me corroe las entrañas desde niña, esa pregunta que domina cada una de mis reflexiones y aporta inseguridad a cada una de mis conclusiones, justo entonces, alguien ha dado una patada a mi silla (¿mi silla?) y todo ha quedado rodeado de una espesa bruma momentánea para después desaparecer y dejarme en medio de una macroaula atestada de estudiantes escribiendo compulsivamente. “-Que te duermes”, me ha susurrado el compañero de detrás con tono de sorpresa. “-Qué susto, tío”, he replicado yo, recuperando la compostura y retomando el examen. No hay que abusar de los estimulantes.