lunes, marzo 14, 2005

La máquina de café y yo

Hagamos memoria.

Era un elemento nuevo en mi vida. Uno que ni me había planteado, en aquella época de cambios y descubrimientos. En realidad, era uno de los más insignificantes. La verdad es que, ahora que lo pienso, nunca antes había visto una máquina de café. Sí, había visto la máquina de cocacolas, y la máquina de chocolatinas de Homer, por la tele. Pero nunca una de café.

Y aún así no llamó mi atención. No preví que llegaría a formar parte de mi vida de un modo tan absoluto, que la echaría de menos los fines de semana, que buscaría sucedáneos en las vacaciones en que estaba en casa, lejos de ella. Mientras el resto de protozoos de mi cepa preferían frecuentar cafeterías fetén, yo tímidamente sugería que entráramos a edificios de la administración, donde los funcionarios siempre disponen de máquinas de todo. Pero no era lo mismo. La máquina de la Escuela es especial.

El primer año no me acerqué a ella. Sentía una especie de desconfianza, de indecisión. La miraba de reojo de vez en cuando, cuando me acercaba era siempre en compañía de otras personas y mostraba escaso interés. Supongo que necesitaba acostumbrarme, ir introduciéndola en mi círculo progresivamente.

Fue a partir de mi segundo año en la carrera que me decidí a acercarme y probar. Probar el café de máquina tan denostado. Siempre me ha resultado chocante la gente que lo critica mientras selecciona extra de azúcar. Así como si necesitaran justificarse. Pero si no pasa nada. Es café de máquina. Es sólo diferente. No pongas cara de asco, en el fondo te gusta.

Después, la máquina de café del segundo piso se convirtió en una visita obligada, en un referente, un lugar de encuentro, un remanso de paz, uno de los recursos más necesarios de Teleco. De cuántas horas de clase he logrado dejar constancia en mis apuntes sólo gracias a la dosis de cafeína recién proporcionada por esa máquina. Y cuántas veces he dejado constancia del combustible empleado con un delator cerco sobre alguna de mis hojas. O de las del compañero. Porque beber café es también un acto social. Un estimulante para entrar a clase, y para no entrar. Es casi una oferta de ocio. Con tantos botones, con tantas combinaciones de opciones posibles. Y tan versátil: funcionaba con pesetas, funciona con euros. Un mundo de posibilidades.