¡No, no, el helado de tiramisú, noooooo!

Me he pasado meses sembrando el caos y la destrucción. Desordenando todo a mi paso. Acumulando suciedades varias. Conservándolas, alimentándolas, mimándolas. Y ahora todo eso ha de tocar a su fin. He de deshacer mi labor. O hacer la labor que no he hecho en meses.
En cualquier caso, es horrible. Es el fin de la civilización (de la mía). No hay palabras no censurables para describir mi dolor, mi pena, mi rebeldía ante lo tajante de los hechos venideros. Barreré con lágrimas en los ojos y una escoba en las manos.
Siempre he creído que estas cosas no pasarían. Que aunque me las imaginara, sólo eran motivo de especulación y mofa. Ficciones. Ahora sé que esos simulacros de estrategia no me han preparado para afrontar la realidad. Y cuando la fantasía se hace zozobra y el bonometro, incertidumbre… yo no puedo sino renegar largo y tendido. Y a eso me dedico.
Malditos conejos.